La encantadora señorita Adler

Irene Adler es un personaje de ficción creado por Sir Arthur Conan Doyle en el celebérrimo Sherlock Holmes. Dentro de la serie de libros, su importancia radica en que fue la única capaz de engañar y vencer al más famoso detective. Incluso Holmes la recordará como La mujer, en tono de respeto hacía el género que representaba, cuyas cualidades intelectuales no había tenido en muy alta estima hasta ese momento.

Quizás lo maravilloso de esta novela y este personaje femenino en concreto, sea su similitud con la realidad y el gran arquetipo que representa. Y es que ¿quién no se ha cruzado con alguna Irene Adler en su vida? Con una mujer de esas de hechizo especial y singular embrujo que van siempre un paso por delante de uno. Una de esas que te hacen jaque mate en la partida de amor que creías poder ganar y te dejan con cara de tonto.

Suelen ser mujeres muy guapas, con rasgos suaves y cincelados como si fueran obra de algún escultor renacentista. Tienen miradas dulces, labios carnosos, cabellos largos y piel moteada. Sus cuerpos son tan apetecibles como las manzanas prohibidas y tienen una sonrisa magnética, de esas que te quedas pegado. Muy al contrario de lo que pueda parecer, no utilizan la belleza otorgada por Dios y la genética para sus jugadas maestras. Siendo su inteligencia mucho más notable que su belleza, utilizan lo que he venido a llamar el encanto.

El encanto no es más que una gracia natural, una empatía superior a la media que crea un sentimiento de bienestar. Esto es, cuando Irene Adler aparece, es como si todas las personas con las que hubieras conversado anteriormente a lo largo de tu vida no te hubieran entendido una palabra. Como si hubieras farfullado un idioma distinto de ellos, que nadie entendía y que solo Adler parece saber hablar.

El encanto es la gracia de ser comprendido, de encajar en un sitio y ser escuchado. Da igual del tema aburrido que hables con la señorita Adler, te hará sentir que hablas con un gemelo. Irremediablemente te enamoras de ella. Te dices que suerte la tuya, por fin alguien que te comprende a la perfección, como si fuera posible tener pensamientos idénticos en cabezas diferentes.

No es de extrañar por lo tanto, que siempre tenga mil hombres detrás rogándole por un minuto de su tiempo. Acudiendo a ella cuando tocan fondo, cuando se sienten perdidos en el desierto de la soledad o cuando quieren volver a enamorarse. Hablan con Adler unas pocas horas y en seguida le proponen salir, ir más allá, pasar a los besos. Quieren tocar con sus mugrosos dedos un trozo de cielo convertido en mujer.

Adler consciente de las pasiones que suscita, a veces siente horror por no poder controlar su magia por la que suspiran tantos infelices en noches de insomnio, les rechaza delicadamente sin más, como a ese Adán expulsado del paraíso. Estos patalean,  pelean o se resignan a su encanto. A los pocos que alguna vez les ha dicho que sí, se convierten como es propio en la naturaleza de los hombres en despóticos tiranos.

Tienen miedo. Después de haber pasado tantos años en su busca, por fin habían encontrado La mujer, del mismo modo que Holmes había encontrado a un adversario mejor que él. Al igual que se amasa la fortuna, la intentan acaparar y encerrar entre los muros de la moral y el civismo. Le dicen a Adler que les parece mal que hable con tal o cual chico. Que solo pude quererle a él. Que le haga caso. Intentan enjaular su alma y encantos solo para el disfrute privado. Y hacen preso a ese ser que les hace felices y los celos levantan altas empalizadas para que no pueda salir nunca más.

Pero Irene Adler va un paso por delante y es mucho más lista que todo eso. Que todos esos. Que todos nosotros. Y sabiendo el comportamiento de estos pardillos cuando se enamoran, de esos intentos de domesticar lo que es salvaje, les hace un enroque y les da matarile. Jaque mate. Les hace caer en la cuenta de que tiranos como ellos hay cientos. Que hay miles de hombres mejores que esperan alguien como ella. Irene Adler se pregunta si habrá algún varón a su altura, que entienda que las musas son hijas de Zeus y solo cuando están en libertad inspiran el corazón de los hombres.

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